Marco Polo es metáfora
El hombre ambiciona aprehender el mundo, pero no puede. Aparentemente fija, también tierra —como el aire, el agua y el fuego— está en continuo movimiento. La respuesta la encuentra en la noche, en la esfera celeste: en la relación armónica de los astros y en su revolución predecible, hora tras hora, día tras día, siguiendo el camino de la vía Láctea.
En sus fotografías, Cristina Kahlo cuenta esta historia: la de un hombre obsesionado por resolver el problema de la forma, el tamaño y la posición de las cosas en el tiempo y en el espacio. Este hombre es Marco Polo, pero también Euclides, Arquímedes, Luca Pacioli, Brunelleschi o Descartes. O cualquier hombre: un espíritu activo que una vez que ha determinado su lugar, sale en busca de lo desconocido, a encontrar nuevos horizontes sobre los cuales proyectar su traza geométrica.
Por su parte, la mujer reposa: tierra fértil y agua recurrente, la compañera del hombre no requiere otras medidas de espacio y tiempo que las de su propio cuerpo. Mientras él mira, calcula y viaja, ella espera y contempla.
Arriba y abajo, traza, figura y número. Mediante la riqueza de la sutileza de la alegoría —pero con la increíble belleza de la geometría de su fotografía— Cristina Kahlo narra una historia que es a la vez eterna y repetitiva: la de la doble conquista de tiempo y espacio por la vía discrepante del recorrido por el mundo y de la experiencia implícita del cuerpo. Su relato es el de todo hombre y toda mujer: la experiencia del orden del cosmos como metáfora.
Laura González Flores